Who watches the watchers?

11 marzo, 2013

La globalización de los mercados sin que exista voluntad de control ni por parte de los estados, ni por supuesto por parte de las empresas multinacionales (y las organizaciones criminales internacionales son multinacionales muy bien estructuradas), ha supuesto, en primer lugar, el incremento de la circulación del capital de origen criminal, y, en segundo lugar, una de sus principales consecuencias, la generalización de la corrupción política, lubricante que facilita la circulación de esos capitales.

Se trata de un fenómeno al que solo se puede combatir con transparencia y controles democráticos, puesto que, como ya sabemos, con medios y visión focal locales resulta difícil abordar la criminalidad global.

La fortaleza de las estructuras estatales como garantía de los derechos fundamentales de los ciudadanos, se mide en buena parte por la fortaleza de su sistema de seguridad y, por supuesto, por su estructura policial. Más aún, si se trata de estados democráticos consolidados [1].

El resto de estados -la gran mayoría- arrastran el déficit propio que la transición [2] de los modelos autoritarios genera. Transición que requiere voluntad democrática, controles democráticos y tiempo de consolidación, para permitir que arraiguen sus valores.

Aún así, los sistemas democráticos son organismos delicados que requieren cuidados asiduos. Estos vienen sufriendo la misma enfermedad que el resto, auque tal vez en un grado moderado. Se trata de una pandemia cada vez menos oculta y mejor conocida: la globalización del modelo económico.

Sus principales síntomas son: la movilidad de los capitales sin control, la desregulación normativa, el afán de lucro desmedido, etc. y sus efectos más visibles, la especulación, el fraude y la corrupción [3], Se trata de una enfermedad que requiere soluciones radicales que el sistema no contempla.

Estos días, los medios de comunicación globales nos han acercado dos noticias semejantes que permiten reflexionar sobre la debilidad de estas estructuras estatales en proceso de reconversión neoliberal.

En la primera, las imágenes de las patrullas civiles de los estados de Guerrero y de Morelos en México, traen un aroma antiguo, a insurgencia, causado en parte por la iconografía “pop” y el merchandising que todo lo pervierte.

Pero me temo que nada más lejos de la realidad. Se trata de grupos de autodefensa civil con una veintena de años de antigüedad, constituidos para luchar contra la delincuencia común a la vista de la “ineficacia y la corrupción del sistema de seguridad publica” [4] del Estado. Estos grupos, vienen siendo tolerados por el estado mexicano (su proximidad con el estado de Chiapas, hacen sospechar acerca de la tolerancia del estado sobre estos grupos) y difícilmente hubieran saltado a los medios de no ser por la violación de un grupo de mujeres españolas el pasado mes de febrero en las cercanías de Acapulco.

En la segunda, se informa que el Ayuntamiento de Moscú ha creado patrullas populares para combatir la inmigración. Se trata de voluntarios civiles que en colaboración con el Servicio Federal de Migración, patrullaran diariamente en grupos de 300 personas, los barrios de la capital para efectuar redadas de emigrantes ilegales. En el caso ruso, la iconografía, menos romántica, nos retrotrae a los tiempos de los pogromos.

En este caso, y a diferencia de México, el objetivo es descarnado: implicar a la población más humilde en la represión de los emigrantes pobres de origen asiático.

La aparición de organismos parapoliciales en algunos de los estados formalmente democráticos no son buena noticia y ponen en evidencia la debilidad endémica de sus gobiernos para garantizar la seguridad, especialmente cuando, como en el caso de Guerrero, mezclan justicia y seguridad, o como en el de Moscú, donde la seguridad es secundaria y la segregación el objetivo finalista.

Se hace extraño creer que los ciudadanos en pie de guerra, sin el control de una justicia imparcial y bajo la atenta, pero distraída mirada, de los cuerpos policiales o del ejército, sean capaces de resistir a la capacidad de corrupción y al poderío bélico de las mafias locales. Unas mafias, o redes u organizaciones con las que los estados no han podido, o no han querido poder, todavía.

Posiblemente estos grupos podrán ejercer cierto control popular sobre la delincuencia menor, la menos organizada y poderosa. Pero sus posibilidades con los ejércitos de sicarios o el propio ejército mexicano, es más que dudosa.

Desde luego no servirán para atajar el crimen organizado, especialmente porque no suponen una alternativa al modelo socioeconómico vigente y no incomodan al sistema político. Eso sería la insurgencia y la insurgencia, la alternativa, no se tolera.

 s[1] Cuando nos referimos a estados democráticos consolidados, nos referirnos a los estados de los países centrales del capitalismo, como EEUU, Canadá, la Europa occidental, Japón, Australia y Nueva Zelanda
[2] Bien poscolonial, bien postsoviética, o sus sucedáneos maoístas, bien postfascista -incluyan aquí todos los fascismos posibles-.
[3] George, Susan. El informe Lugano II.Deusto S.A.. Ediciones, 2013
[4] Quienes somos | policiacomunitaria.org 

Nota del editor: el título «Who watch the watchers» se traduce por «Quién vigila a los vigilantes» que tiene su origen en la expresión latinaQuis custodiet ipsos custodes?

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Autor / Autora
Vicens Valentin
Profesor colaborador en la asignatura Ciudad, inseguridad y conflicto del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Licenciado en Historia General y Geografía, y máster en Política criminal y servicios sociales. Miembro del Grupo Motor de RISE (Red Internacional para la Innovación en Seguridad).
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