La vista es la que trabaja

18 diciembre, 2014

Por Ferran Ferrer VianaSantiago Uzal Jorro.

Es bien sabido que el paisaje tiene un potente componente visual. En nuestro especialización insistimos en que no ha de ser el único elemento a considerar, pero no cabe duda que está en primera línea y determina en gran manera la percepción del paisaje.

Definir el paisaje urbano como percepción lleva implícita la limitación que supone resumirlo como una contemplación visual. En la estética que percibe el ojo y queda reflejada en la fotografía o en el plano, los otros sentidos también juegan su papel. El ruido es paisaje urbano, la rugosidad de una pintura es paisaje urbano, también lo es la polución del aire, los aromas de las plantas (vegetales o industriales) o las dotaciones para facilitar el uso a personas con alguna disminución. Todo ello es evidentemente paisaje urbano. Lo es, conviene no olvidarlo, porque forma parte de la experiencia vital de las gentes con la ciudad.

Sería interminable la lista de artistas visuales que se han interesado por la temática urbana en sus obras. No en vano un recurso recurrente del planificador del paisaje consiste en localizar pinturas o fotografías de espacios urbanos en diferentes épocas para, por comparación, poder plantear nuevos usos y composiciones. Sin embargo la aportación más importante de este tipo de representaciones artísticas reside en su capacidad para hacer ver algo, más allá de la mera fidelidad a la visión plástica, en función de la forma, la luz o el color.

Para ilustrar este tema se podrían buscar autores de renombre que, por ejemplo, han pintado diferentes paisajes urbanos en diferentes momentos del tiempo, o incluso en diferentes momentos del día aprovechando los cambios de luz. Sin duda, los paisajes urbanos forman parte sustancial de la escena artística reciente, desde el París impresionista de Pissarro o Monet al Madrid de Antonio López, pasando por el Nueva York de Richard Estes y George Bellows, o los paisajes abstractos de Willem de Kooning.  Este ejercicio, que se puede aplicar a diferentes objetivos de planificación y, cómo no, de comunicación, se lo vamos a dejar al lector interesado.

Nosotros nos vamos a referir en este artículo al pintor murciano Cánovas Almagro, que en una exposición realizada hace unos años dedicó 23 de sus pinturas a mostrar la vinculación del ser humano con la ciudad.

Fuente: almagropaco.com

Francisco Cánovas Almagro, un pintor que se había especializado en coloristas bodegones, fija de pronto su atención en la cotidianeidad del paisaje urbano. Se centra en los pasos cebra como podía haberse centrado en cualquier otro elemento paisajístico: fachadas, bancos, fuentes, semáforos… Almagro pretende captar en su pintura, a través de los pasos cebra, la disociación o, por mejor decir, la individualización del paisaje que pueden provocar sus elementos cuando no responden a una idea integrada que pueda responder al valor añadido de mejorar la calidad urbana. En palabras del propio pintor, los pasos cebra son  “el espacio más característico de la ciudad, por el que los ciudadanos transitamos día a día sin mirarnos prácticamente a la cara y donde dejamos nuestra huella”.

En este punto, y antes de seguir avanzando, aprovechamos para recordar que en nuestro concepto de paisaje urbano, la ciudad es la gente y el paisaje es el uso que la gente hace de él. La imagen, y ésta es la razón de que la saquemos a colación aquí, nos ilustra sobre algunos aspectos que aún no habíamos considerado explícitamente en anteriores artículos.

Por un lado las aportaciones que el paisaje urbano puede hacer para reforzar la socialización de la vida urbana, al establecer un punto de encuentro público y colectivo de las individualidades y privacidades ciudadanas. Es decir, de cómo el espacio público se puede convertir en una prolongación del espacio privado y privativo, de uso compartido. Recordemos que el paisaje urbano reúne importantes elementos privados que son susceptibles del goce colectivo.

El matiz que se añade aquí es que el paisaje urbano, cuando se ordena adecuadamente, retorna a lo privado espacios públicos entendidos como extensión de su casa y viceversa. Por otro lado, aprendemos una diferenciación básica en el concepto de paisaje urbano que vamos enriqueciendo a base de reflexiones: se trata de considerar ahora la permanencia.

Cuando aseguramos que el hombre es un componente esencial del paisaje, debemos tener en cuenta que se trata de un componente fugaz. En el tiempo vital del hombre las edificaciones permanecen y el usuario pasa y se renueva. Está observación podría parecer banal, dado que no precisa de demostraciones alambicadas. Sin embargo es especialmente importante.

Almagro lo traslada al lienzo haciendo que los elementos físicos del paisaje, la parte construida, aparezca bien definida mientras que las siluetas humanas aparecen en un primer plano de forma difusa.

El paisaje urbano, en consecuencia, se va conformando con voluntad de permanencia, lo que implica que en términos de utilidad y uso tenga una notable capacidad de previsión y adaptación teniendo en cuenta siempre que sea posible el previsible desarrollo de las tecnologías y los cambios que se han de ir produciendo en los hábitos de vida urbana.

En cualquier caso, la captación plástica del paisaje, cuando incorpora la visión subjetiva del artista, nos puede facilitar elementos de reflexión sobre los valores que mejor lo pueden poner al servicio del ciudadano.

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Autor / Autora
Profesor colaborador en la asignatura Instrumentos para hacer ciudad del Máster Universitario de Ciudad y Urbanismo. Licenciado en Derecho. Instituto Municipal del Paisaje Urbano y la Calidad de Vida (IMPU) del Ayuntamiento de Barcelona.
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