Tendencia no es destino

29 junio, 2017

“Tendencia no es destino” es una frase de Jordi Borja que tengo grabada a fuego. Sin embargo, he de decir que fue a fuego lento.  A principios de 2001 vine a Barcelona a cursar la segunda edición de un máster que Jordi dirigía en la Universidad de Barcelona.  En ese momento se llamaba Máster la Ciudad: políticas, proyectos y gestión, y condensaba gran parte de las cosas a las que deseaba dedicarme. Confieso que Barcelona me daba igual. Si hubiese sido en Madrid, San Francisco o Porto Alegre allí hubiera ido, pero era aquí y fue un viaje iniciático por la ciudad que hoy sigo eligiendo para vivir. Fueron meses de descubrimiento constante, de mucha información y de darme cuenta que la mirada crítica podía traspasar al ámbito académico y al movimiento social para “ensuciarse” con la gestión. Una gestión que, pese a necesitar mucho conocimiento técnico, nunca debía ni podía, despegarse de la política. Ante mi pasaba toda suerte de programas de los que no quería perder detalle. No obstante, el aprendizaje no estaba en los casos que veíamos, o mejor dicho, el aprendizaje se realizaría mucho tiempo después de terminar el máster. No estoy contando nada nuevo, suele ser así.  La información necesita procesarse para ser conocimiento, y el conocimiento necesita contrastarse con la práctica para convertirse en reflexión.  Eso fue lo que pasó con la frase de Jordi. El día que la dijo me pareció inspiradora y la recordé, pero sólo años más tarde pude incorporarla de verdad.

Encontrarme con la realidad de las ciudades me sucedería de muchas maneras, todas ellas ricas, no siempre fáciles.  La vida y el mundo hizo que la primera década del nuevo milenio estuviera en Barcelona y sentí cómo la ciudad que había estudiado cambiaba demasiado rápido. Políticas que cada vez equilibraban menos lo local y lo global; la eficacia lograda pero que olvidaba o cambiaba silenciosamente los objetivos políticos; una ciudadanía aquietada que no se parecía a aquella que había conseguido tantas cosas. Y un mercado en plena expansión, sin muchas resistencias, que vendía sus bondades y escondía el revés que nos vendría a partir del 2008. “Tendencia no es destino” susurraba como si fuese un conjuro contra los espectros, pero no funcionaba así. La máscara cayó y eso de la “financiarización de la vida” se empezó a sentir en los cuerpos. La esclavitud de las hipotecas arruinando vidas, la turistificación de lo emblemático robando sentidos, la precarización secuestrando futuro, la gentrificación expulsándonos. El morir de éxito de una ciudad ante mis/nuestros ojos.

Fueron años en que las cosas empeoraban, pero un eco leve de aquella frase aparecía si miraba lo más próximo, los focos resistentes, las tímidas iniciativas que desde lo pequeño se rebelaban. Una vez más el conflicto social se territorializaba y la ciudad volvió a ser objeto y sujeto político. A tal punto que,  hace seis años en una primavera de mayo, las plazas se llenaron y se llamaron 15M. No era sólo Barcelona, pero también era Barcelona.

El espacio público expresaba otra vez la fuerza de su dimensión política, esa que en tiempos anestesiados nos olvidamos que tiene. La ocupación de la plaza Catalunya hermanada con Sol en Madrid, era un símbolo y una fiesta para renovar la democracia. Fue un hito la reacción ante el intento de desalojo. Sin duda, una mala jugada de la administración que gestionaba el conflicto, el haber subestimado factores como la solidaridad social o el desborde. Esos fenómenos que mueven a los cuerpos y tienen que ver con la legitimidad.

En aquellos días tomó fuerza otro gran aprendizaje que tenía la firma de Jordi Borja: el espacio público es instrumento para la redistribución social, la cohesión comunitaria y para la autoestima colectiva. En la plaza se aprendía haciendo. El gerundio que implica todo proceso era importante más allá del resultado. Luego, cuando la plaza se fue hacia los barrios, la red se tejió en lo cotidiano. En horas de personas comunes que hacían lo que podían para que la tendencia se torciera y el destino fuese otro.  No obstante, el Partido Popular ganaba la mayoría absoluta para gobernar el Estado.

Pero el destino de las grandes ciudades españolas no siguió por ahí. La fractura social, el descontento y el aprendizaje democrático tomaron forma de desafío en las elecciones municipales del 2015. Candidaturas mixturadas asumieron el riesgo y el esfuerzo de algo que parecía imposible.  Barcelona daba otra sorpresa, nuevamente era un caso vivo para soñar con la transformación. No estaba sola, Madrid, Valencia, Zaragoza, Coruña, Cádiz y muchas más mostraban un cambio político claro.  Tendencia no es destino y la frase de Jordi sigue resonando a cada paso que doy por estas baldosas con forma de flor.

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Autor / Autora
Mariela Iglesias Costa
Licenciada en Sociología, Máster en Políticas, proyectos y gestión de ciudades (FBG/UB) y Máster universitario en Ciencia política (UAB). Forma parte del equipo de Territoris Oblidats.
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